- Reflexiones de un profesor cabreado, a propósito de la nueva Ley educativa
| JOSÉ MUÑOZ DOMÍNGUEZ, profesor de dibujo |
Si no lo digo, reviento. Como tantos colegas profesores, me encuentro en el trance de elaborar la programación didáctica para este curso aciago, lidiando con el imperativo legal de la LOMLOE, y les juro que no puedo más.
Pongo en antecedentes a los lectores para que nadie se llame a engaño: no busquen ninguna intencionalidad partidista en estas opiniones, pues me considero una persona de ideas progresistas que, supuestamente, debería estar de acuerdo con esta ley (pero va a ser que no); tampoco soy ningún novato ni hablo sin conocimiento de causa: después de casi 35 años de experiencia como docente en Educación Secundaria, me he tenido que tragar todas las reformas educativas que se han sucedido desde la LOGSE, cada una peor que la anterior hasta llegar a esta cosa llamada LOMLOE, un engendro pseudo-pedagógico, disruptivo, fuera de quicio, que se me antoja ya puro delirio lisérgico; tampoco me tengo por idiota ni creo tener menos sesera que los redactores de la ley, y a pesar de ello no comprendo nada, ni jota, del galimatías que inunda sus páginas, escritas en esa jerga retorcida y tramposa, neolengua casi orwelliana, tan de moda entre los iluminados que se dicen pedagogos; y aún digo más, como activista en defensa del Patrimonio y del Medio Ambienteme ha tocado manejar numerosos textos legales y normativos complejos, planes de ordenación urbana, evaluaciones de impacto ambiental y expedientes de todo tipo que, sin embargo, he sido capaz de comprender y contestar con argumentos: ¿cómo puede ser que una ley educativa, la que afecta al desempeño de mi profesión, me resulte completamente incomprensible?, ¿cómo es que después de 35 años dando clase me vea incapaz de redactar una programación y, todavía peor, de poder aplicarla?, ¿no les parece que algo huele mal en todo esto? Apenas me sirve el consuelo de compartir esta frustrante sensación con otros compañeros profesores, pero lo cierto es que no conozco a ningún colega que sepa verdaderamente de qué va esta ley, y aquellos que admiten entender algo se deshacen como un azucarillo en cuanto les formulas alguna pregunta mínimamente comprometida, también los supuestos «expertos», entregados enseguida a la verborrea hueca de la norma como quien repite las consignas de una secta.
Si no me creen, ármense de valor y prueben a leer el texto legal. Ya les advierto que hay que tener estómago. Encontrarán perlas como las «Competencias clave», las «Competencias específicas», los «Descriptores operativos», los «Saberes básicos», las «Situaciones de aprendizaje», los «Proyectos interdisciplinarios», los «Indicadores de logro», las «Evaluaciones de diagnóstico» o los «Perfiles de salida», arcanos de pomposo significante y abstruso significado con las patas bien cortas: ¿entienden ustedes algo de todo esto? Yo tampoco. Pero no se trata sólo de una sustitución de «palabros» sobre los escombros de leyes anteriores, aunque no deja de ser curioso que aquellos «Estándares de aprendizaje evaluables», aquellas «Rúbricas», aquellas «Ponderaciones» y otras ocurrencias neoliberales de la ley derogada (la ridícula LOMCE o Ley Wert),que hasta hace bien poco eran la repera limonera y fueron defendidas por sus acólitos como lo más de lo más en innovación educativa, ya sean restos de un naufragio, chatarra conceptual, pasto del olvido. No, la LOMLOE es mucho peor que cambiar de nombres o de secta, es una trama perversa de conceptos imbricados, relacionados, entrelazados, ramificados, retorcidos hasta lo enfermizo, un maremágnum perpetrado por malos tecnócratas y peores pedagogos que el docente se verá obligado a seguir a pies juntillas a la hora de calificar a sus alumnos y que le llevará a manejar miles de datos sobre decenas y decenas de aspectos, a cual más pintoresco y variopinto, muy lejos de la verdadera educación. Valga como ejemplo la estimación realizada por una compañera, profesora de Tecnología, en la que demuestra lo que le aguarda a quien se someta al dictado de la ley: en esa misma materia, tal docente acabará manejando hasta 81.600 calificaciones por trimestre (han leído bien: ochenta y una mi seiscientas notas parciales), a razón de 680cada estudiante, como resultado de multiplicar los 34 descriptores operativos por 20 criterios de evaluación y por 120 alumnos. Ni el estajanovista más convencido y canalla se atrevería a exigir semejante estupidez, así que comprenderán que, sólo por este motivo, la LOMLOE ya es tan inoperante como inaplicable, por mucho que se empeñen los ideólogos lumbreras que la han elaborado. Por cierto, no estaría de más que todos supiéramos quiénes son y a qué se dedican, aparte de parir leyes imposibles como esta, pues sería un dato crucial para cuando haya que reunir un buen equipo docente (y decente) capaz de redactar una ley educativa cabal y duradera: cualquiera menos ellos en tal equipo, desde luego.
Hasta ahora me he referido únicamente a cuestiones nominales y cuantitativas, pero en lo que se refiere a lo cualitativo, a ese anhelo social por la calidad de la enseñanza, me temo que la LOMLOE también hace aguas: se menosprecia el conocimiento y se sustituye por ese mantra intangible de las «competencias» sin atender a lo importante. Spoiler: se avecina otro naufragio como el de las leyes anteriores, o incluso peor. En una reciente entrevista en El Confidencial (https://www.elconfidencial.com/cultura/2022-11-14/lomloe-reforma-educativa-ocre-episteme-profesores_3520591/), la profesora Irene Murcia explicaba este absurdo en términos coloquiales (¡sin utilizar la funesta neolengua de los pedagogos!) para decir que, gracias a la nueva ley, nuestros «competentes» alumnos quizá alcancen a hacer la «O» con un canuto, pero ignorando qué es la «O» y sin saber qué es un canuto. Tómenlo como símil de lo que está por venir en la formación de nuestros chavales, porque así será el futuro, amigos: ¿y para este viaje a ninguna parte tendremos que manejar tantos miles de datos y consideraciones?, ¿para tan magro resultado hemos de prescindir de lo que de verdad importa?, ¿en esta miseria educativa vamos a gastar sus impuestos y los míos?
Para que vean el nivel de sinsentido al que llega la nueva norma, les muestro un ejemplo mínimo de lo que se ha previsto para quienes hayan conseguido hacer la «O» con el canuto tras la devaluada ESO, pasando de curso en curso como si de verdad hubieran aprendido algo. Según nuestros lumbreras leguleyos, al acabar el Bachillerato y sólo en relación con una de las ocho competencias clave (concretamente la «Competencia en conciencia y expresiones culturales»), uno de los seis descriptores operativos asociados establece que el alumno debería demostrar que «Planifica, adapta y organiza sus conocimientos, destrezas y actitudes para responder con creatividad y eficacia a los desempeños derivados de una producción cultural o artística, individual o colectiva, utilizando diversos lenguajes, códigos, técnicas, herramientas y recursos plásticos, visuales, audiovisuales, musicales, corporales o escénicos, valorando tanto el proceso como el producto final y comprendiendo las oportunidades personales, sociales, inclusivas y económicas que ofrecen». Así, con un par. Se ve que los redactores se vinieron arriba y, como suele decir mi hermana, se tiraron el pedo más alto que el culo, ebrios de lo suyo hasta el infinito y más allá. Miren ustedes, soy profe de Dibujo con formación en Bellas Artes (licenciatura), estudios de Diseño (un curso), de Geografía e Historia (cuatro cursos de la antigua licenciatura) y de doctorado en Arquitectura en su última fase (algún día acabaré la tesis), he trabajado como ilustrador y participado como actor y escenógrafo en varias formaciones teatrales; pues bien, con esa mochila vital a cuestas les aseguro que ni de lejos conseguiría demostrar mi competencia en tal «Descriptor operativo», y no es más que uno de los seis exigibles para una sola de las ocho competencias clave establecidas. Pues así con todo: multipliquen y resuelvan ustedes la cantidad de disparates que nos veremos obligados a evaluar si cumplimos la legalidad vigente, por no mencionar el tiempo que tales cuestiones van a consumir: estupor en la redacción de las programaciones didácticas, desconcierto en la práctica docente del día a día y muchas horas extra en casa para no avanzar ni de aquí a la esquina. Viva la educación «moderna».
Por otra parte, la nueva ley es un verdadero insulto a la inteligencia y a la capacidad de los docentes, pues constituye una intromisión inaceptable en la libertad metodológica del profesor: ¿por qué ha de ser mejor seguir el dictado de estos pedagogos ensimismados y sus ocurrencias teóricas, ajenas a la compleja dinámica de las aulas, que el buen hacer de quienes llevamos décadas enseñando, es decir, constatando la eficacia de nuestro trabajo?, ¿dónde quedó aquello del librillo del maestrillo y la libertad de cátedra? Solo librillo del maestrillo? de nuestro trabajo ensimismados que el buen hacer de quienes llevamos sólo pedimos que nos dejen trabajar honestamente, sin la tiranía de la burocracia, sin injerencias dimanadas de la supuesta superioridad moral e intelectual de los (malos) pedagogos, sin el corsé de una ley mal planteada, insensata, excesiva y sectaria.
La nueva ley educativa es imposible de aplicar y todos lo saben (todos menos los lumbreras de la secta, supongo), pero casi nadie se atreve a decirlo dentro del rebaño. Pertenezco a dos sindicatos progresistas y nadie dice ni mu, otro rebaño dócil ante una ley absurda y desquiciada (si esto sigue así, me tendré que dar de baja y donar el importe de mis cuotas sindicales a alguna oenegé menos acomodaticia).
En mi opinión, lo único decente que se puede hacer con esta colección de sandeces legislativas llamada LOMLOE es retirarla cuanto antes y llevar a reciclar el papel en el que se ha impreso. No tengo muy claro que el profesorado necesite ninguna ley para hacer bien su trabajo; es más, nuestros alumnos llevan aprendiendo lo que debían aprender gracias a que sus profesores cumplieron con esa responsabilidad, aun en contra de las leyes nefastas que se han sucedido durante décadas, pero si finalmente nos arremangamos para elaborar un marco educativo coherente y útil a la sociedad (exactamente lo contrario de lo que ofrece la LOMLOE y su mala, malísima educación), dejemos a los pedagogos entretenidos con sus cosas, absortos en sus torrecitas de marfil trinando la neolengua, y contemos con quienes saben educar de verdad: los profesores bien fajados, con muchos cursos a sus espaldas y enorme experiencia humana lejos de excrecencias lingüísticas como las «Competencias clave», las «Competencias específicas», los «Descriptores operativos», los «Saberes básicos», las «Situaciones de aprendizaje», los «Proyectos interdisciplinarios», los «Indicadores de logro», las «Evaluaciones de diagnóstico», los «Perfiles de salida» y otros inescrutables desatinos. Y entonces se demostrará que para garantizar una educación excelente a nuestras generaciones más jóvenes sólo se necesitan cuatro cosas: una buena relación de contenidos socialmente consensuados, distribuidos en materias (el temario de toda la vida: ¡adquirir conocimiento no es pecado, oiga!), aunque sin olvidar las destrezas, las actitudes y los valores; unos criterios de evaluación y de calificación precisos y sencillos de aplicar (nunca este laberinto atroz de la LOMLOE); una ratio razonable para atender a la diversidad (muy por debajo de los treinta alumnos por grupo: quince, por ejemplo) y suficiente asignación presupuestaria para dotar de medios al profesorado (no se pueden esperar resultados finlandeses o coreanos con presupuestos de la fallida Senegambia, ustedes ya me entienden). Y poco más: se lo juro por lo más sagrado –por la sagrada buena educación– con la perspectiva que dan 35 años de brega en este oficio.
Así pues, ¿volvemos a las barricadas para desactivar esta ley absurda o seguimos en el redil perfeccionando las diversas competencias del balido?