Opinión

Las historias de los emigrantes necesitan más reportajes y menos gritos

JOSÉ MATEOS MARISCAL | Emigrante español en Alemania

Cuando eres tú el emigrante en un país desconocido, como en mi caso, Alemania, es cuando verdaderamente te das cuenta de en qué consiste el fenómeno racista.

Soy José Mateos Mariscal, también fui víctima de la crisis y de cómo funcionan las cosas en este España. Allá por 2008, mi empresa de estructuras metálicas para grandes superficies comerciales quiebra. Nos fuimos arruinados y engañados a Alemania para que los asistentes sociales nos quitaran a los niños. La crisis nos hundió a mi familia y a mi. Desahucio tras desahucio, en 2013 salimos de España sin dinero, y sin conocer el idioma, en busca de una nueva vida. Hicimos la maleta hace casi siete años huyendo del infortunio, de las deudas, de la inseguridad y del miedo y caminando hacia nuevos temores, también incertidumbres, hacia otros riesgos.

Las personas emigrantes y refugiadas nos han convertido en una moneda de cambio y negociación entre países, dejando de lado los derechos humanos. Cada vez más personas tenemos que cambiar de residencia para buscar empleos mejor pagados y una mejor calidad de vida. Muchos recién llegados tienen poco dinero, y no pueden comprar o alquilar una casa.

Las dos grandes preocupaciones iniciales que tenía como emigrante son el trabajo y la vivienda, o la vivienda y el trabajo, y también lo serán en este caso. Para defenderme, para aprender algo de alemán a través del método Alemán, y con un tono crítico y teñido de un humor negro envidiable, comienza a ser uno consciente de que el camino emprendido no es precisamente de rosas.

Muchos migrantes nos enfrentamos a muchos problemas para integrarnos en una nueva sociedad, y a veces somos tratados como una subclase. A la población local no le gustan los emigrantes porque compiten por los mismos empleos. Sin embargo, nosotros proveemos mano de obra barata, invertimos dinero, compramos productos y servicios, pagamos impuestos y ayudamos a las empresas a competir.

La peor enfermedad es la pobreza

Los emigrantes muchas veces mostramos una imagen de triunfadores, a la que nos une un trabajo seguro en Europa: Lo importante es exhibir ante nuestros paisanos los signos externos de nuestra nueva posición social. A lo que el emigrante nunca hace referencia es a lo mal que lo pasamos y lo estamos pasando, a las marginaciones que sufrimos, a la dureza del trabajo que realizamos. Nuestra capacidad de adaptación a un medio hostil, o al menos poco comprensivo, resulta admirable. El medio en el que tenemos que enfrentarnos, además con prejuicios culturales y racismos que obstaculizaban el alquiler de viviendas, su trato con los nativos, o que simplemente nos relegan a la condición de ciudadanos de última clase.

Es una ocasión más para reivindicar los derechos de las personas migrantes, para recordar a aquellas que han perdido la vida intentando llegar a otros países, o a aquellas que ven vulnerados los derechos más fundamentales solo por el hecho de intentar salvar su vida, huir de la guerra, las amenazas, la miseria o el hambre.

Vivir en el extranjero, no es sinónimo de riqueza, buena vida y buen trabajo… Vivir en el extranjero es más bien sinónimo de mucha lucha, de trabajo muy duro, de mucho sacrificio, soledad, nostalgia, valentía, de supervivencia, de ser humillado, despreciado, y en muchas ocasiones hasta abusado. También es sinónimo de tener que renunciar a muchas cosas, y sacrificarse por otras con el fin de tener una vida mejor, que en algunos casos se logra, en otros es una constante lucha.

Esto es por todos aquellos que no han salido de su tierra, y se atreven a criticar a todos aquellos que una vez con un poco de valentía, o de miedo, de esperanza, y sobretodo con mucha fe en Dios, nos atrevimos a dejar nuestra tierra por vías diferentes para buscar nuevos horizontes y un futuro mejor, pero siempre con el corazón puesto en nuestra tierra natal

“Dicen que todos estamos en el mismo barco, pues no estamos en el mismo barco. Unos van en crucero, otros en una balsa y nosotros ya sin el palo para remar. Creo que es la situación que vivimos las familias emigrantes».

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