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Editorial 511 | La paradoja de Béjar

  • La obstinación por mantenerse en el cargo solo contribuye a erosionar la confianza ciudadana

La política local, a menudo, nos depara situaciones que desafían la lógica y la representación democrática. El caso de Luis Francisco Martín (PP) es un ejemplo palmario de esta anomalía. Su permanencia al frente del consistorio bejarano plantea serias interrogantes sobre la salud democrática de nuestro municipio.

Nada positivo se espera cuando un partido político pone al frente de su candidatura, para tratar de asaltar la alcaldía de esta ciudad, a quien fue condenado a cárcel por usurpación en Puente del Congosto.

Tras la polémica con los asesores, que sigue sus trámites en al menos dos instituciones distintas e hizo saltar por los aires al equipo de Gobierno PP-Vox, Martín fue reprobado por su propia Corporación Municipal en octubre de 2023. Este gesto de desconfianza política es de máxima envergadura. Debería haber sido una señal inequívoca cuando aquellos con quienes se comparte la responsabilidad de gobernar expresan su desaprobación de tal manera. El mensaje es claro: Hay un problema de liderazgo y de gestión que trasciende las fronteras del debate político ordinario.

Pero la situación se torna aún más compleja si observamos su posición en otras esferas de representación. El hecho de que no le quieran ni en la Diputación de Salamanca, ni en la Mancomunidad Embalse de Béjar, es una prueba contundente del aislamiento político en el que se encuentra. Estas instituciones, vitales para el desarrollo y el bienestar de Béjar, requieren de una interlocución fluida y de la confianza mutua entre sus miembros. La falta de respaldo en estos foros limita la capacidad del alcalde para defender los intereses de Béjar, y además envía un mensaje devastador sobre la cohesión y la imagen del propio municipio.

Y, sin embargo, Martín sigue siendo alcalde de Béjar. Esta persistencia se antoja como una muestra de la inercia de un sistema que, en ocasiones, parece desconectado de la voluntad popular y de las exigencias éticas de la representación.

La ceguera voluntaria ante estos signos, o la simple obstinación por mantenerse en el cargo, solo contribuye a erosionar la confianza ciudadana en la política y en sus actores.